top of page

LA NAO SAN FELIPE Y LOS MARTIRES DE NAGASAKI. 

LA NAO SAN FELIPE Y LOS MÁRTIRES DE NAGASAKI      

 

Las relaciones entre España y Japón

 

Durante el siglo XVI, diversas expediciones españolas surcaron el Pacífico con destino a las Molucas, Nueva Guinea o Filipinas, siendo de gran dificultad el retorno o “tornaviaje” a Méjico. Villalobos lo intentó en vano y aunque en 1545 lo intentó de nuevo, las corrientes se lo impidieron, llegando a la isla de Ambona donde murió de fiebres, siendo asistido en sus últimos instantes por San Franciso Javier. Se creyó después de la muerte de Villalobos, empresa imposible regresar por el Pacífico a Méjico. Felipe II recurrió a Fray Andrés de Urdaneta, gran marino, ya retirado en Méjico como fraile, para que al mando de una expedición hallara la derrota que permitiera la vuelta de Filipinas a Acapulco. Urdaneta subió hacia Japón en dirección nordeste, evitando los temidos tifones, pero aunque se demostró una ruta muy segura, que permitió la ruta del llamado Galeón de Manila, no por ello dejó de haber naufragios y tragedias, como el de la Nao San Felipe, cuya carga valía millón y medio de pesos, y otras por la piratería o el acoso holandés que intentó romper el monopolio hispano, con la expedición de Oliver van Noort que con los navíos Mauritius y Eendracht, hundió al San Diego en 1600. 

 

En 1592 Toyotomi Hideyoshi intentó un acuerdo amistoso con Felipe II, enviando un embajador llamado Faranda Quiemón, con cartas para el gobernador de Filipinas Gomes Peres Dasmariñas, además de obsequios, entre los que se encontraba una katana y el mensaje: “Ahí te envió esa muestra de amor de hermano: pasa la mar para que me reconozcas”. Como no podía ser de otra manera, el primer embajador era Fray Juan Cobo y el segundo Fray Pedro Baptista. Nuevamente, esta vez entra la iglesia en forma de embajada, en la corte de Hideyoshi, que en 1587 había dictado el primer decreto prohibiendo el cristianismo.

 

Entre estos años tienen lugar las guerras de Corea. La primera expedición se inicia en mayo de 1592 con 160.000 soldados que llegaron a Pusan bajo el mando de Kato Kiyomasa, Kuroda Nagamasa, Tobayaka Takakage, Mori Terumoto y el general cristiano Konishi Yukinaga (bautizado con el nombre de Dom Agostinho), que encabezó la 1ª División, compuesta por samurais cristianos. Este conflicto significaba atravesar Corea para atacar a China, verdadero objetivo de Hideyoshi, lo cual no hizo sino perjudicar a las colonias de cristianos afincadas en Macao y otros lugares, ya que, en palabras de Jonathan D. Spence, todo extranjero que viviera en China era sospechoso: “Sin embargo, los padres católicos despertaron un recelo especial porque entre las tropas más temidas de Hideyoshi había más de quince mil cristianos japoneses en batallas importantes de Corea en 1592 y, de nuevo, en 1597 y 1598. Estos sobresaltos bélicos se prolongaron avanzado el siglo XVII, incluyendo la muerte del jesuita Francesco Martines, debido al rumor difundido de que “una alianza de jesuitas, portugueses, holandeses y japoneses planeaba utilizar la ciudad como trampolín para la invasión de China”. La muerte de Hideyoshi en 1598 hizo que acabara la guerra y se repatriaran las tropas.

 

Según la crónica de Antonio de Morga, publicada en 1609 bajo el título “Sucesos de las Islas Filipinas”, mientras la nao San Jerónimo, que aunque había partido más tarde, llegaría a Nueva España sin más complicaciones, la otra nao, San Felipe, aunque había salido primero con las “haziendas de las Filipinas”, tuvo problemas.  “La nao san Filipe, que era navío grande, y muy cargado de mercaderías y pasajeros, de que yva por cabo, y general, don Mathía de Landecho, tuvo muchos temporales en el viaje; de manera, que con uno dellos, le fue necesario alijar mucha ropa, y perdió el timón en altura de treinta y siete grados, a seiscientas leguas de las Filipinas y ciento y cincuenta del Xapón; y viéndose sin remedio de proseguir el viaje, se trató de arribar a las Filipinas, y començaron esta navegación, mudando la derrota que llevavan...”.

Al perder el timón, todo se sacudía y perdían la esperanza de volver a las Filipinas: “Hallava que la tierra más cerca era el Xapón, pero que no lo estava tanto, que la nao pudiese llegar allá, ni acometer su costa, que es muy brava, y dellos no conocida ni vista, ni quando tuviesen ventura de llegar a ella, sabían cómo serían recebidos de los Xapones”. Existía diversidad de pareceres acerca de qué debían hacer, y se decantaron por ir al puerto de Nagasaki: “pues el Xapón estava mucho más cerca, fuesen a él, en demanda del puerto de Nangasaqui, de donde ay comercio con las Filipinas; donde hallarían acojida, y recaudo para adereçar la nao, y proseguir de allí su viaje”. 

 

Los pilotos aseguraron que llevarían la nao a Japón en muy poco tiempo, y al cabo de seis días, llegaron a la provincia de Tosa, del puerto de Urado salieron muchas embarcaciones a recibirlos y a propuesta del “Rey de aquella provincia” (daimyo, o gobernador de esa zona), metieron la nao dentro del puerto, una vez que comprobaron que había agua bastante para no encallar allí. Pero según Antonio de Morga hubo malicia en los japoneses: “Los Xapones que eran infieles, y lo hazían con malicia metieron a rremolque, la nao con sus funeas (embarcaciones) dentro del puerto, y la encaminaron, y guiaron a un bajo, que como no tenía mucho agua, tocó y encalló en él” aunque realmente era una manera muy normal de actuar pues en aquellos tiempos las embarcaciones que naufragaban eran de propiedad del rey o señor del territorio donde encallaban y el propio Antonio de Morga lo sabía. 

 

Para adecentar el barco y volver a salir con él tenían que pedir permiso a “Taicosama, (así llamaban los españoles a Hideyoshi), señor de Xapón, que estava en su corte del Miaco (Kyoto), cien leguas del puerto”. Se envió a la corte a seis personas, entre ellos a dos frailes, Juan Pobre, de la orden de san Francisco y Juan Tamayo, de la de san Agustín, para que se valiesen de los padres de san Francisco, “que avía en el Miaco; que antes avían ido de las Filipinas por embajadores, para asentar las cosas del Xapón con Manila, y se estavan en la corte, con casa y hospital de asiento, y (con disimulación del Taico) haziendo algunos Cristianos”. 

 

Como señala Antonio de Morga, aunque se recibía bien a los españoles que tenía en su puerto “El rey de Hurando.... vivía con cuydado, de que las mercaderías y ellos estuviessen a recaudo; y luego, dio aviso a la corte,.... que traía grandes riquezas; a que, aviéndose acodiciado Taicomasa, para apoderarse dellas, embió a Ximonojo (uno de sus privados y de su consejo a Hurando) que llegado, tomó toda la hazienda, y encerró los Españoles en prisión, en un estacado con guardia: haziéndoles dar todo quanto tenían, y avían escondido, con pena de la vida”. 

 

Los embajadores no pudieron ver a Hideyoshi, y la situación se volvió muy difícil, ya que le malmetieron contra los españoles, diciéndole que eran conquistadores de reinos ajenos y que primero metían en ellos a los religiosos, y después tras ellos entraban con las armas, y que era eso lo que pretendían hacer en Japón. “Ayudávanse para esto, de que estando en Hurando, el privado que fue a tomar la hazienda de la nao, le avía mostrado Francisco de Landa, piloto della, la carta de Marear, y en ella todo lo descubierto, y a España y los demás reynos, que su Majestad posseía; y entre ellos el Pirú, y la Nueva España: Y diciéndole el privado, que cómo avía ganado aquellos reynos tan lexos; respondió el piloto, que avían entrado primero religiosos, predicando su ley, y la gente de guerra tras ellos, que los sujetaron”. Con estas palabras el piloto fue imprudente, pues muchos países estaban siendo conquistados so pretexto de la religión y como leemos en un escrito del P. Diego Collado del 22 de marzo de 1625 decía que “viene a caer el Japón por más de 30º dentro de los 180º que le tocan del mundo a la corona de Castilla”. 

 

Todo lo que dijo el piloto lo “notó bien y encomendó a la memoria Ximonojo, para decirlas a Taicosama en buena ocasión; como lo hizo en ésta”. Todo esto provocó la ira de Hideyoshi que “resultó acabarse de enfadar, y  mandó que los crucificasen a todos, y los demás religiosos que predicavan en sus reynos la ley de Nambán”. Cómo se entendió que la persecución se extendía a todos los religiosos y cristianos que había en Japón hubo mucho miedo y confusión pero según Antonio de Morga “después se moderó, porque dejándose rogar Taico, se declaró, que sólo fuesen crucificados, los religiosos que avían hallado en la casa de Miaco, y los Xapones predicadores y dojicos de su compañía, que estavan presos; y que, todos los demás, y los Españoles de la nao, se dejasen bolver a Manila. Encargóse, la ejecución a Fonzanbrandono, hermano del Taracabadono, gobernador de Nangasaqui”. Éste los sacó a todos, los paseó por las calles y les obligó a llevar en un asta pendiente una tabla escrita en letras chinas que contenía “la sentencia y causa de su martirio:  Por quanto, estos hombres vinieron de los Luzones, de la isla de Manila, con título de embajadores, y se dejaron quedar en la ciudad de Miaco, predicando la ley de los Cristianos, que yo prohibí los años pasados rigurosamente, mando que sean justiciados, juntamente con los Xapones, que se hizieron de su ley. Y así estos veinte y quatro, quedarán crucificados en la ciudad de Nangasaqui; y porque, yo torno a prohibir de nuevo, de aquí a delante la dicha ley, entiendan todos esto; y  mando, que ponga en ejecución. Y si alguno fuere osado, a quebrantar este mandato, sea castigado con toda su familia, fecho a primero de Echo y de la Luna dos”.

 

Fueron llevados a una loma que “estava a vista del pueblo y puerto sembrada de trigo” y allí fueron todos crucificados en hilera, los religiosos en el medio, con cruces altas, con argollas en las gargantas, manos y pies, y les atravesaron con lanzas de hierros, “con que dieron las almas a su Criador, por quien morían con mucho esfuerzo, a cinco de Febrero día de santa Agueda, del año de mil y quinientos y noventa y siete”. Como relata Antonio de Morga: “Antes que los santos fuesen puestos en las cruzes, escrivieron una carta a Manila”. En ella cuentan que son veinticuatro siervos de Dios, seis son frailes de san Francisco, tres jesuitas y los demás cristianos japoneses y le relatan que “Este Rey, queda muy engolosinado, de lo que a robado en san Felipe, y dizen, que el año que viene a de yr a Luzón; y que por estar ocupado con los Corios (la guerra de Corea), este año, no va; y que para esto, quiere tomar la isla de los Lequios (Riu-Kiu), y la Hermosa (Formosa), para echar la gente de allí en Cagayán, y de allí tomar a Manila, si Dios no le ataja primero los passos”. Se realizaron después muchas reliquias de los considerados mártires del Japón con parte de sus cuerpos, las argollas y los palos de las cruces.

 

La primera noticia de este suceso tuvo lugar “por el mes de mayo, del año de noventa y siete, que fue de mucho dolor y tristeza, por la muerte de los santos religiosos, y turbación que se esperava en lo de adelante, en las cosas del Xapón con las Filipinas; por la pérdida del galeón, y haziendas que en él y van a la Nueva España; cuyo valor, era de más de un millón, con que los Españoles quedavan muy necesitados”.

 

Se consideró el enviar a Japón a una persona de recaudo, con cartas y presentes del gobernador Francisco Tello a visitar a Toyotomi Hideyoshi con la intención de solicitarle restituyera la hacienda robada al galeón San Felipe y los cuerpos de los religiosos crucificados en la colina de Nishizaka, en Nagasaki. ( Pág. 174)

 

 

 

Fue a Japón Don Luis Navarrete Fajardo, con un “presente de algunas preseas de oro y plata, espadas y cosas de valor para Taicosama; y un Elefante” (supuestamente uno de los dos elefantes que el Rey de Camboya, Prauncar Langara, para fijar alguna alianza, había enviado a Manila con el portugués Diego Belloso).

Hideyoshi, en la cumbre de su poder, aceptó los regalos, le gustó sobre todo el elefante, y se excusó diplomáticamente por la muerte de los religiosos, pero advirtió el ser culpa de ellos haber quebrantado en su misma corte, su ley que prohibía el cristianismo. Respecto al galeón y sus mercancías, les recordó que “avía sido cosa justificada, según leyes de Xapón, porque todas las naves que se pierden en su costa, son del rey; con las mercaderías”. Mostró pesadumbre por los acontecimientos y además regaló al gobernador un “presente de lanças y cuerpos de armas (armaduras), y catanas de mucha curiosidad, y de estima, entre los Xapones” y todo esto se trasladó a Manila, al gobernador, pero no de mano de don Luis Navarrete, pues murió por enfermedad durante la vuelta.

 

Según Antonio de Morga, Hideyoshi no hizo nada de lo que se le pedía y se pavoneaba de esto: “eran más apariencias y cumplimientos, que ánimo de amistad con los Españoles; y arrogantemente, se preciava y publicava, y lo dezían sus privados de la misma manera, que aquel presente y recaudo, se lo avían enviado los Españoles, por miedo que le tenían, y por reconocimiento de tributo y señorío”.

Una de las acusaciones de los japoneses, para justificar este episodio, es la costumbre de introducirse primero en un reino so capa de amistad, de lealtad o de religión, para después tomar pie para poblar y fortificarse en ella. Nunca sucediera esto si los portugueses y españoles sólo hubiéramos comerciado con Japón, como fue el deseo de Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu, y sus cartas lo atestiguan así, donde tratan de establecer relaciones con Méjico y España. Está claro que el San Felipe fue confiscado sin motivo alguno, y que su ruta era hacia Méjico siguiendo el “tornaviaje”, nunca se dirigió a Japón sino fuera por el naufragio, pero las declaraciones imprudentes de Francisco de Landa y la forma en que los españoles obramos en el Maluco, Camboya o Filipinas, justifican la reacción adversa de Hideyoshi.

Ieyasu intentó nuevamente la relación comercial siendo el franciscano Jerónimo de Jesús quien obtuvo una carta suya en 1599 dirigida al gobernador de Filipinas Francisco Tello de Guzman.

 

 A pesar de todo en agosto de 1602 otro galeón fue llevado por los vientos contrarios a las costas de Tosa, y el capitán Lope de Ulloa tuvo que defenderse con las armas de los japoneses. Ieyasu escribió de inmediato una carta, que envió a través del franciscano Pedro Burguillos al gobernador de Filipinas Pedro Bravo de Acuña excusándose por este episodio: “Mucho tiempo ha ya que entre nuestros países existen comunicaciones amistosas, y hasta una alianza podía decirse; ¿cómo iba yo, pues, a permitir que vuestros negociantes fuesen agraviados y robadas sus naves, y mercancías? El temor, sin embargo, de ser desposeídos como en otra época, ha hecho partir precipitadamente a esos extranjeros con el primer viento favorable. Solo algunos han tomado tierra y me han enviado presentes, por lo que estoy muy reconocido. 

De aquí adelante, si una tempestad inclina los palos o rompe el timón de un bajel vuestro cualquiera, que su gente no tema refugiarse en los puertos de mis estados: tocante a esto ya he enviado órdenes severas a todas partes”.

 

Ieyasu explica al gobernador que está informado de que ocho galeones hacen la ruta y que ha procedido a extender otras tantas licencias para preservarles de la rapacidad, y  poder “refugiarse en los puertos e islas o saltar a tierra y penetrar en las ciudades o pueblos del Japón entero, sin que les tilde de espías, aunque se dediquen a estudiar los usos y costumbres del país”.

 

Don Rodrigo de Vivero y Velasco

A pesar de esta carta los recelos entre ambas partes siguieron hasta que en 1608 se nombró gobernador interino de Filipinas a D. Rodrigo de Vivero y Velasco al que urgió la colonia japonesa, compuesta de 15.000 almas, a que restableciera relaciones con Japón, a lo que Ieyasu envió al inglés William Adams, conocido en Japón como Anjín, al que Don Rodrigo entregó dos cartas, unas para Ieyasu y otra para su hijo Hidetada, shogun en Yedo, con fecha 9 de julio de 1609, llenas de cortesía:

 

 “Al llegar a Manila e instalarme como Gobernador por el Rey de España, me ha sido dada noticia de la amable simpatía que de antiguo enlaza mi nación con la vuestra. Lejos de abandonarla o dejar que se consuma o se entibie, con diligencia trataré de apretar los nudos de esa larga amistad. Aunque a millares de leguas y separados por mares y montañas, el afecto que domina en nuestros corazones acorta las distancias y allana todo embarazo”.

 

No por eso Don Rodrigo deja de comunicar a Ieyasu que padece en Filipinas la acción de 200 japoneses sediciosos y que procede a enviarlos a Japón. No se hicieron esperar las cartas de los mandatarios japoneses donde se adivina el gozo de reanudar relaciones con el Gobernador español, permitiendo que los galeones procedentes de Luzón toquen puertos japoneses y un trato hospitalario para los españoles incluidos los “Padres”.

 

 Don Rodrigo pasó al mando del nuevo gobernador D. Juan de Silva, y el 25 de julio de 1609 se hizo a la mar a bordo del galeón San Francisco seguido del San Antonio y el Santa Ana, rumbo a Acapulco, pero una tempestad desarboló loa galeones San Francisco y San Antonio, naufragando en las costas de Kazusa yendo Don Rodrigo en el primero. El Santa Ana pudo continuar viaje rumbo al puerto de Acapulco en Nueva España.

Los japoneses conocieron que eran españoles y Don Rodrigo entre ellos, acogiéndolos y regalándolos con el mayor de los decoros, enviando dos emisarios a Ieyasu que recibió entusiasmado a Vivero, bajo la recomendación de Williams Adams, secretario y traductor de Ieyasu, además de constructor de barcos, y que se desprendió de un magnífico barco de tipo europeo al que llamaron San Buenaventura, le prestó 4000 ducados para que llegara a Nueva España, además de magníficos presentes para el Rey de España y el Virrey de Méjico.

 

El Universal Señor del Japón, Tokugawa Ieyasu escribe el 28 de Diciembre de 1609

 

El Universal Señor del Japón, Tokugawa Hidetada escribe el 4 de mayo de 1610 al Duque de Lerma, Secretario de Felipe III

 

 

Don Rodrigo de Vivero escribió a Felipe III el 3 de mayo de 1610, desde Usuki:

 

Que sea útil a vuestra majestad 

entrar en monarquía tan grande, tan próspera y extendida,

no es menester mucho para probarlo.

Y, así, pareciéndome que sólo le falta a esta tierra

el tener a vuestra majestad por su rey y señor natural,

me he desvelado en pensar por qué caminos

se podía esto hacer posible.

Y hallando cerrados los de las armas,

porque por fuerza de ellas --aún cuando esto

no estuviera tan apartado de España,

respecto a la multitud de la gente y fortaleza de los sitios--

era imposible emprenderlo,

que --no lo siendo--

bien justificada tenía vuestra majestad la guerra,

y segura su conciencia, 

con el martirio de los religiosos de San Francisco

y agravios hechos a la nao San Felipe,

y últimamente con el suceso de la de Macao.

 

El suceso de Macao a que se refiere el embajador es el sufrido por el navío portugués Madre de Deus capitaneado por Andrea Pessoa y que llegó en 1609 a Nagasaki. En 1608 hubo un motín entre marinos japoneses de dos navíos propiedad del daimyo cristiano Arima Harunobu y marinos portugueses de Macao, dando como resultado que posteriormente fuera atacado por navíos de Arima el Madre de Deus, siguiendo instrucciones de Ieyasu. Pessoa hizo explotar su navío antes que rendirse en enero de 1610.

 

Don Rodrigo en su estancia solicitó a Ieyasu privilegios para realizar un mapa de las costas, una base naval, libertad para predicar los misioneros, la expulsión de comerciantes portugueses y holandeses, a cambio de un acuerdo comercial con España. Poco de esto obtuvo, sin embargo Ieyasu le solicitó encarecidamente le enviara de Nueva España 50 mineros, por la fama que tenían, para enseñar a los japoneses, muy inexpertos, a explotar las minas de oro de Izu y Sado, propiedad de su clan, además de embarcar a 23 japoneses, algunos comerciantes, con la misión de que aprendieran el “tornaviaje”, y poder establecer comercio con la Baja California. Fueron capitaneados por Tanaka Shosuke y Shuya Ryusay, que se convirtieron en la primera expedición japonesa que cruzó el Pacífico a Méjico, saliendo el 1 de agosto y llegando a California el 27 de octubre de 1610, siendo recibidos por el Virrey Don Luis de Velasco.

 

Los japoneses volvieron a su país en 1611, saliendo el 22 de marzo de Acapulco a cargo de Sebastián Vizcaíno, llegando a Uraga en Junio, como embajador del Rey de España y del Virrey de Méjico, agradeciendo el tratamiento dado a don Rodrigo de Vivero y a pagar la nave y devolver los ducados prestados. Se encontró con Ieyasu en Sumpu y con el shogun Hidetada, su hijo en Edo, donde la arrogancia de Vizcaíno fue extrema, no aceptando el ceremonial nipón,  a pesar de la cortesía de los japoneses dichosos de recibir un enviado del rey español.

Pero los tiempos habían cambiado, y Ieyasu escribe una carta al Virrey donde le habla de los dioses que ellos veneran los Kamis, del Sintoísmo y del Budismo y de sus virtudes como la humanidad, la justicia, la cortesía, la prudencia y la felicidad, para a continuación dejar clara su postura:

 “La doctrina seguida en vuestro país difiere enteramente de la nuestra; por eso estoy persuadido de que no nos conviene. En las escrituras búdicas se dice que es difícil la conversión de quien no está dispuesto a convertirse. Más vale por consiguiente, dar fin en nuestro suelo a la predicación de esa doctrina”, para a continuación expresar claramente su deseo: “En cambio multipliquen sus viajes los bajeles de comercio, aumentando con ellos las relaciones e intereses. Vuestras naves pueden entrar desembarazadamente en todos los puertos, sin excepción”.

 Hidetada también respondió al Virrey y decidió encargar al Padre Sotelo, franciscano sevillano a su servicio que llegó en 1606 a Japón, la misión de dirigir la embajada, poniendo a su servicio un magnífico bajel con numerosos japoneses, que salieron de Uraga el 23 de octubre de 1612, con tan mala fortuna que una borrasca acabó con la expedición.

Hidetada, profundamente enojado hizo pagar este golpe de mala suerte condenando a muerte al Padre Sotelo, que fue salvado por intercesión de Date Masamune, daimyo de Sendai, apodado “Dokuganryu” (Dragón tuerto) 1611 permitió a los misioneros predicar y construir una iglesia en sus territorios y pensaba mantener relaciones con el Papa y el rey de España. Masamune encarga una nueva embajada, gran acontecimiento histórico, al samurai Hasekura Rokuemon Tsunenaga y al Padre Luis Sotelo, acompañados de 180 personas, de las que cabe destacar a Sebastián Vizcaíno que regresa de su embajada y sesenta samurais, además de comerciantes. Salieron del puerto de Tsukinoura a finales de octubre de 1613 llegando en enero del año siguiente a Acapulco, estando cuatro meses en Méjico y partiendo para España, siendo recibidos por Felipe III en Madrid y por Paulo V en Roma, quien autoriza a Masamune a construir una catedral en Sendai. Masamune entregó a Hasekura una carta dirigida al alcalde de Sevilla, que se conserva en el Ayuntamiento, en la que propone la idea de enlazar comercialmente Japón y España, entre las ciudades de Sendai y Sevilla, ya que a Date Masamune le constaba la gran actividad del puerto andaluz.

 

Esta embajada llegó de vuelta a Nagasaki en 1620, encontrando proscrito el cristianismo y perseguidos los cristianos, las relaciones comerciales rotas con portugueses y españoles y los holandeses internados en la isla de Deshima, único punto que los Tokugawa permitió que llegaran las naves holandesas para comerciar.

 

En 1612 el shogun Hidetada había dictado nuevos edictos prohibiendo el cristianismo, ante los problemas surgidos con los daimyos cristianos de Kyûshû, pidiendo renunciaran a su fe y mostraran lealtad a los Tokugawa. En un esfuerzo por erradicar la religión cristiana se deportaron en 1614 a Manila y Macao a 148 creyentes y al daimyo Takayama Ukon (1553-1615). Este mismo año el gobierno shogunal intentó que los cristianos renegaran de su fe y les obligó a solicitar un certificado de identidad religiosa en los templos budistas. El verano de 1614 y el siguiente año fueron muy conflictivos para Ieyasu, ya que Toyotomi Hideyori, hijo de Hideyoshi, se hará fuerte en el castillo de Osaka, donde fueron llegando numerosos ronin procedentes del desastre de Sekigahara, muchos eran cristianos como Akashi Teruzumi, hasta reunir 80.000 hombres. Ieyasu vió claramente que los samurais cristianos, al igual que en Sekigahara, se enfrentaban a él.

En 1616 los contactos con europeos se reducirán a los puertos de Hirado y Nagasaki y en 1622 serán perseguidos y ejecutados 120 misioneros y conversos. Es el conocido como martirio de Genna, y al año siguiente el tercer shogun, Iemitsu prohibió la entrada de barcos españoles, la residencia de portugueses y la salida de japoneses hacia Filipinas. Ese mismo año Inglaterra abandonó Japón, quedando solo portugueses y holandeses comerciando

 

 

La rebelión de Shimabara

Los cristianos de Kyûshû habían sido protegidos por el daimyo Arima Harunobu, pero después de la batalla de Osaka y la extinción de la familia Toyotomi en 1615, el gobierno de los Tokugawa ordenó a los daimyos que los persiguieran. Fue un proceso gradual, irregular y de intensidad variable. Matsukura Shigemasa, daimyo de Iga y Yamato, que había luchado en la campaña de Osaka, al principio permitió en sus tierras el cristianismo, pero reprendido por el shôgun Iemitsu, persiguió a los cristianos siendo responsable de la muerte de 10.000 creyentes.

Naozumi, hijo de Arima Harunobu fue trasladado a Hyuga, quedando muchos criados y campesinos allí. Después de la batalla de Sekigahara en 1600 y de la posterior ejecución del daimyo cristiano Konishi Yukinaga, sus criados, vasallos, al igual que los samurais de los daimyos y generales que perdieron la guerra, devinieron en errar y hacerse “rônin” y buscaron la oportunidad de vengarse de los Tokugawa refugiándose en las tierras próximas a Shimabara.

En la obsesión por perseguir a los cristianos Matsukura ideó un plan que consistía en atacar Luzón, la base desde la que los misioneros llegaban a Japón desde Filipinas. Al principio al gobierno Tokugawa no le disgustó la idea y el daimyo pidió bastante dinero en préstamos a los comerciantes de Nagasaki, Hirato y Sacai para adquirir numerosas armas de fuego, además de entrenar a una parte del campesinado en su manejo, pero el entramado comercial, en gran medida soportado por extranjeros, en gran parte cristianos, hizo que el bakufu no viera el momento propicio para este proyecto, que sin embargo sirvió para endeudar fuertemente a Matsukura, que súbitamente morirá en 1630, viéndose su hijo Katsuie seriamente amenazado por las deudas recolectando los impuestos de manera salvaje. La primavera de 1637 fue terrible y la cosecha tan mala que apareció una gran hambruna, situación que fue aprovechada por un criado, Masuda Jinbei, del desaparecido Konishi Yukinaga y que con otros vasallos de Arima Harunobu planearon un levantamiento campesino, así como la aparición de un muchacho llamado Amakusa Shirô, que los campesinos llamaron el “niño celeste” y que consideraron un apóstol salvador, fue apoyado por los rebeldes, además de que 16 campesinos fueron detenidos por rezar a Jesús, siendo ejecutados, hizo que se encendiera la chispa que explotó el polvorín de la rebelión. La multitud enfurecida empezó a matar al magistrado, para después levantarse contra los templos budistas y matar a los monjes, cuyas cabezas cortadas insertaron en palos, que a modo de triunfo llevaron hasta el castillo de Shimabara. 

En el que fuera dominio de Konishi, ahora entregado a su opositor Kato Kiyomasa, las islas Amakusa, estalló otro alzamiento y los rebeldes derrotaron a las tropas de Miake Tojuro enviadas para sofocar la rebelión. El castillo de Shimabara fue cercado largamente sin éxito, y previendo que el shôgun Iemitsu enviaría un gran ejército, decidieron reparar rápidamente el deteriorado castillo de Hara, que estaba abandonado.

Amakusa Shirô Tokisa (1612-1638), hijo de Masuda Jinbei, entró en el castillo el 3 de diciembre de 1637, reuniendo rápidamente a 37.000 personas, cerca de 13.000 eran mujeres y niños, el resto eran campesinos que sabían manejar las armas de fuego ya que habían aprendido cuando el padre de Katsui planeó atacar Luzón. Pero solo 40 ocupantes del castillo eran samurais, o mejor dicho rônin.

Nabeshima Katsushige (1580-1657) encabezó un ejército de 34.000 hombres que fue enviado por el bakufu y atacó el castillo de Hara, infravalorando el valor de sus ocupantes, que les infringió graves pérdidas por el manejo que supieron hacer de las armas de fuego que incluso mataron al general. La situación se agravó de tal manera que se recurrió a los ejércitos de los daimyos vecinos, reuniendo una tropa de 120.000 soldados armados de arcabuces, además de contar con artillería, siendo en principio incapaces de romper las defensas, recurriendo incluso al uso de espías ninjas. También se recurrió a un barco artillado holandés, que llegado de Hirado bombardeó el castillo, produciéndose la protesta a través de una carta en la que los sitiados acusaban de cobardía al bakufu al contratar a extranjeros para dirimir sus diferencias, procediéndose a retirar a los holandeses del conflicto.

Sin embargo, mediado febrero de 1638, llevaban los sitiados tres meses resistiendo y sus víveres y municiones tocaron a su fin, llegando a salir algunos desesperados a atacar el campamento, siendo asesinados. Matsudaira Nobutsa, el comandante del ejército del bakufu, decidió que se les practicara la autopsia a fin de saber qué estaban comiendo aquellos desesperados, encontrándose sólo hojas y hierbas en sus estómagos. Este hecho hizo que se decidiera el asalto final, empezando el día 28 su ataque el contingente de Nabesima, para el día siguiente el resto de la tropa tomar el castillo de Hara, matando a Shiro Tokisa en combate y degollando con sables a los 37.000 defensores, incluidos samurais, campesinos, mujeres y niños.

El bakufu confiscó el dominio del daimyo tirano Matsukura Katsuie, que, condenado a muerte, fue ejecutado.

 

Una de las consecuencias inmediatas fue el final de la presencia española y portuguesa en Japón. El shogun de Edo ordenó su expulsión de Deshima y el final del comercio, que quedó reservado en exclusiva a los holandeses que nunca mostraron interés en el proselitismo religioso, pero que los Tokugawa decidieron trasladarlos del puerto de Hirado e aislarlos en un islote artificial en forma de abanico, que se había creado en la rada del puerto de Nagasaki entre 1634 y 1635 por un grupo de veinticinco comerciantes portugueses. 

 

 

 

 

Textos y fichas descriptivas: Nicolás Gless

bottom of page